Jesús Ama a mi Vecino
"Creo que el bebé de nuestro vecino murió", dijo mi esposo.
Vivimos en una casa de concreto en Phnom Penh. Las paredes se sacuden cada vez que pasan los aviones que sobrevuelan la zona. En esta ciudad todo es muy ruidoso. Vivimos en un bullicio constante por las construcciones. Todo está hecho de hormigón, metal y baldosas.
Nuestros vecinos de la izquierda ponen ofrendas a los espíritus al pie de los árboles de nuestra vereda. Tienen dos altares, uno en su casa y otro en su patio. A estos vecinos no les agradamos y apenas responden a nuestro saludo.
Mi vecina tuvo un hermoso bebé llamado Nano. Tal vez mi hijo menor se haga amigo de él y nuestra relación sea mejor. Quizás, algún día, "Seamos amigos" y podamos invitarlos a cenar. Mientras tanto, solo quiero mudarme de esta casa porque hay mucho ruido aquí.
Las tuberías del desagüe volvieron a romperse. No podemos tirar de la cadena del baño hasta que esté arreglada y el agua de la pileta de la cocina inunda siempre el piso.
Le contamos esta situación a nuestros mentores. Ellos nos animaron y nos dijeron: "Cuando se mudaron, nos dijeron que sentían que allí era donde Dios quería que vivieran". Ellos nos recordaron nuestras propias palabras.
Una noche, mi esposo entró a nuestra casa asombrado y me dijo: "Creo que el bebé de nuestro vecino murió". Salimos corriendo y nos encontramos con esterillas de paja, vasijas con frutas, latas de cerveza, panes pegados con varitas de incienso humeantes y velas encendidas.
Los camboyanos se reúnen en la oscuridad de la entrada de sus casas con esa tristeza distinta y silenciosa que se filtra cuando hay muerte.
Fuimos invitados a entrar. En el piso de la sala, el bebé fallecido yacía junto a un ataúd de madera. La madre vino hacia mí, me apretó con fuerza y sollozó. La abracé y susurré, "Jesús", una y otra vez. Una docena de camboyanos me miraban pensando. ¿Por qué motivo le importaba esta tragedia a la extranjera? Luego, para mi sorpresa, la mamá empezó a hablarme en inglés. “El bebé tenía un problema cardíaco”, me dijo, "Era demasiado pequeño". Yo le dije que éramos cristianos y que oraríamos por ella.
Unos días después, ella estaba parada en el escalón de mi patio trasero ofreciéndome comida. Al día siguiente, me envió una foto de la tumba de su bebé con botellas de leche, pollos muertos y ofrendas para los espíritus. Más tarde, me envió un mensaje diciéndome que estaba llorando. Le pregunté si quería hablar y ella dijo que sí. Nos sentamos en el patio trasero de nuestras casas sin medianera, hablamos de Nano y me dijo que significaba "el más pequeño". Se ofreció a llevarme al mercado al aire libre y descubrí que ella también odia los molestos aviones como yo. Utilicé todas mis palabras en jemer, pero su inglés era realmente bueno. Hablamos de Jesús, me escuchó y me hizo preguntas. Ella estaba de luto. Le pregunte si podía orar y ella me dijo que sí. Sosteniendo sus manos, ore. Ella luchaba por contener sus lágrimas, me habló del sufrimiento y yo le hablé de Jesús, quien sufrió y murió por nosotros y así conversamos durante mucho tiempo.
"¿Te gusta vivir aquí?" me preguntó, hice una pausa y le dije —o tal vez me dije a mí misma— “Me gusta ser tu vecina y quiero contarte quien es Jesús ". Ella aceptó escucharme. Le dije que la amo y ella dijo que también me ama. Mi vecina no ha aceptado a Jesús todavía. Pero está escuchando lo que le cuento de El. No entiendo la tragedia, pero sé esto: Jesús ama a mi vecina y a su precioso bebé Nano. Nosotros también amamos a nuestros vecinos. Estamos donde pertenecemos.